La reflexión de Carlos Lalanda es acertada en un punto: la suplantación de jugadores es un problema de orden público. Pero la cuestión no termina ahí. Lo que está fallando no es únicamente la actuación del defraudador, sino un ecosistema regulatorio lleno de agujeros, donde la propia Administración ha construido un sistema que permite —y en ciertos casos incentiva— este tipo de situaciones. El discurso oficial habla de “detección temprana” y “herramientas avanzadas de IA”. Sin embargo, la realidad operativa muestra que esa inteligencia artificial solo funciona en una dirección: proteger el modelo de negocio, jamás al jugador.